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Desde ese entonces ya llevan vendidas 108 máquinas a diferentes productores.

El cordobés Diego Audano, junto a sus socios Marcelo Coppari y Gonzalo Moreno, fabricaron un taxi lechero para una mejor alimentación de teneros en la etapa inicial de su vida

“Vos, que sos medio inventor, vení que te voy a mostrar lo que me compré de Alemania para que vos puedas replicarlo en la Argentina”. Solo pasaron seis años de esa charla bisagra de un cliente tambero de la localidad cordobesa de Huanchilla y el ingeniero mecánico Diego Audano, de Arroyo Algodón, a unos 20 kilómetros de Villa María, que venía haciendo jaulas protectoras para los terneros de la guachera.

“Cuando lo vi me enamoré de ese taxi lechero. Es una máquina que se usa en los tambos para alimentar terneros con leche o sustituto lácteo a la temperatura adecuada y en la cantidad justa, donde incluso puede pasteurizarla”, cuenta Audano a LA NACION. Él mismo terminó desarrollando un taxi lechero.

Nacido y criado en el campo familiar, la niñez y adolescencia de este emprendedor de hoy 36 años fueron marcadas a fuego por la ruralidad. Heredó de su padre el ser tambero, ganadero y agricultor. Sin embargo, el costado que más le llamaba la atención estaba atesorado por su padre en un galpón del establecimiento.

“Todas las siestas, a escondidas, me escapaba a soldar al galpón. Siempre trataba de inventar algo, una bicicleta, un karting, que nunca funcionaba, pero me divertía jugar con la electricidad y la mecánica”, describe.

Fue así que, a pesar de haberse criado en el seno de una familia tambera, decidió estudiar ingeniería mecánica en la UTN de Villa María. Su primer trabajo llegó cuando estaba en 2º año de la facultad, en una fábrica plegadora de chapas. Luego, por cuatro años más, pasó a una industria de implementos agrícolas, como acoplados y cisternas, que lo ayudaron a entender “todos los procesos desde el diseño, el cálculo del costo, el generar el precio de venta, averiguar cuál era el precio de los competidores, incluso salir a venderlo”.

Poco a poco, con los ahorros de sus sueldos fue adquiriendo distintas herramientas y armándose en el tambo familiar sus propios equipos. En base a una necesidad propia, uno de sus primeros inventos fue fabricar unas especies de refugios para protección de los vientos y las heladas para los terneros de su propio tambo.

“Eran unas jaulas que ayudaban a los terneros a sobrellevar las inclemencias del tiempo. Enseguida unos vecinos me comenzaron a pedir que les haga unas parecidas. Vi que había una necesidad, un nicho en la actividad porque no existía un producto estandarizado, sino que cada productor le tenía que pedir a su herrero del pueblo que se lo haga cuando podía”, detalla.

Así fue que, bajo el nombre de Industrias Magno, en el galpón de su infancia decidió fabricar estos productos: ”Empecé a hacer publicidad y tuve una gran cantidad de pedidos”. Pero el diseño, al ser rectangulares, le jugó una mala pasada. “No me fue bien, porque, si bien no era un producto caro, al ser un gran armatoste, el costo de logística era enorme, entonces no había forma de concretar y así se me cayeron todas las ventas”, relata.

Tras un par de meses de “medio bajón”, un día estaba en su casa y vio en la mesa un lote de vasos de acero inoxidable, uno adentro del otro. “Era una eficiencia de volumen increíble. Ese era el diseño que había que hacer con las jaulas, me dije y además, fabricar un comedero extraíble y así poder transportar hasta cinco jaulas en la caja de una camioneta. Llamé a todos los clientes de las ventas que se habían caído y fue un boom. La cosa comenzó a funcionar”, dice.

A la par, en el 2014, se asoció a su padre como contratista agrícola, con el nombre de ”Don Antonio”, en honor a su abuelo paterno, donde realizaban servicios de siembra, picado de forrajes, fumigaciones, entre otras.

Pasó el tiempo y, tras la visita repartiendo jaulas en Huanchilla y luego de la frase de un cliente por el taxi lechero, comenzó a diseñar, a tirar dibujos y bocetos en el software solidworks de ese tanque de acero inoxidable que había quedado en su memoria.

“Pero no avanzaba, estaba muy trabado. Por eso, para que la cosa arranque me asocié con Marcelo Coppari, ingeniero electrónico y con el mecánico Gonzalo Moreno y sumé a Ariel Montilla, asesor CREA que era un pilar importantísimo en mi crecimiento. Eso me ayudó a que el proyecto tenga forma, avance y termine decantando en el desarrollo del prototipo del tanque”, indica.

 

En mayo del 2019, terminaron ese prototipo y lo pusieron en marcha en el tambo de la familia. Ese mismo año, se presentaron y resultaron ganadores del concurso Emprendedores Metalúrgicos 2019 de la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina (Adimra) que les dio “un impulso emocional para tener el primer producto de la serie e-milk”.

A comienzos del 2020, un día fue a la zona de Porteña, a llevarle jaulas al productor Gustavo Rho y le contó del proyecto en marcha, “con un archivo de un modelo en 3D”. Esa fue su primera venta y un gran puntapié.

Según describe, la pasteurización y el calentamiento de la máquina están totalmente automatizados y son programables. Tiene una capacidad de 280 litros y con un caudalímetro de alta precisión permite optimizar costos al evitar dosificaciones erróneas. Su tracción está provista por un potente motor de 24 voltios y se mueve con ruedas de gran ancho de pisada y tacos adecuados a todos los terrenos.

“Al pasteurizar esa materia prima se terminan los descartes por sanidad, porque tanto la tuberculosis como la brucelosis contagian al rodeo sano y eso genera pérdidas productivas”, explica. Tenemos un buen servicio de post venta y tratamos de brindar una solución rápida. Lo adaptamos a nuestros tambos argentinos, con ruedas distintas de desplazamiento porque los establecimientos en el país no están asfaltados como en Europa. Estamos optimizando el índice de fallas para poder exportarlo a mitad del año que viene”, expresa.

Desde ese entonces ya llevan vendidas 108 máquinas a diferentes productores. “Se ha vendido porque agrega valor. Es un negocio para el tambero ya que con nueve terneras ya pagan la inversión del equipo que vale 16.000 dólares. Decíamos utópicamente que el 2020 íbamos a vender 20 equipos, pero lo superamos; vendimos 24 equipos. En 2021 fueron 49 equipos y este año la idea es vender 70. Nos llena de orgullo haber llegado hasta acá en tan poco tiempo. Le dedico mucho tiempo a esto y disfruto de lo que hago. Cada pequeño logro lo saboreo mucho”, finaliza.